
Pues como la mañana se nos hacía demasiado larga, ayer decidimos jugar una partida a Los colonos de Catán entre mi hija y yo.
Cuando comenzamos con este juego de mesa, seguíamos escrupulosamente las recomendaciones del manual a la hora de colocar las piezas del tablero, tanto las de las casillas como las de puntuación sobre cada uno de ellas, pero con el tiempo hemos visto que si colocamos de forma totalmente aleatoria las piezas del tablero, el juego se vuelve mucho más interesante. Intentamos hacer lo mismo con la numeración, pero es cierto que se generan zonas estupendas y otras que no hay manera de explotar.
Otra de las normas que incluso en la actualidad nos saltamos es la del comercio entre jugadores. A mis peques les cuesta mucho trabajo sopesar las consecuencias que tiene el intercambiar recursos con otro jugador: ellos simplemente quiere una piedra y a cambio te pueden llegar a dar el mazo completo de recursos que tienen en la mano. Tras intentárselo explicar varias veces y sufrir un fracaso estrepitoso en el entendimiento de la explicación (que puede ser problema de que la explicación fue mala, son pequeños para entenderla o ambas cosas a la vez, que conste), decidimos que no se puede comerciar entre los jugadores.
El último elemento que hemos eliminado de las reglas es la figura del ladrón. Algunos diréis “es que el ladrón es necesario para evitar grandes montañas de recursos en las manos y es, además, una forma graciosa de fastidiar a los adversarios”. Totalmente de acuerdo con vosotros, pero cuando un elemento es causa de conflictos y lloros, es mejor eliminarlo. El ladrón siempre acababa fastidiando a uno de mis hijos, y nunca me lo ponían a mí (¡que me quieren mucho y no me quieren fastidiar!), por lo que el otro peque se acababa enfadando porque su hermano o hermana la tenía tomada con él o con ella. Optamos porque cuando salga una tirada de 7 en los dados, los jugadores no pueden tener más de 7 cartas en la mano (tal y como dice el reglamento hay que descartarse en caso contrario) y en ese turno, el jugador que ha sacado el 7 no puede ejecutar ninguna acción (ni cambiar cartas con la banca, ni construir, ni nada de nada. Es una forma de auto-fastidiarse.
En cuanto a las estrategias de juego, es cierto que al principio a mis peques les dio por comprar cartas de desarrollo, y se gastaban todos los recursos en conseguirlas. Tras un tiempo, que no fue poco, dejaron de comprarlas radicalmente. Aún estamos en la fase de mejor no las compro, pero si voy sobrado de recursos a lo mejor me pido dos…

Poco a poco vamos mejorando en la estrategia de colocación de poblados y caminos, y cuando al suerte los acompaña… ganan y machacan al resto de jugadores, lo que para ellos es toda una fiesta y un gran triunfo.
En relación al colorido del tablero y figuras, nada que objetar por mi parte (que sabéis que soy un poco criticona con esas cosas) salvo porque la versión que tengo yo tiene las fichas de plástico, y me han dicho que por ahí hay versiones que las tienen de madera, que como que a mí me gusta más. Pero bueno, ¡será cuestión de plantearse el adquirirlas!

Finalmente, echamos una partida de media hora porque gracias a la disposición del tablero y los dados conseguí el monopolio del grano y me desarrollé terriblemente rápido. Un poco decepcionante para la peque, pero ¡qué se le va a hacer!
¿Que tal les va a los vuestros con Los colonos de Catán? ¿Lo han probado? ¿Preferís este estilo de juego o quizás más con el Carcassone con vuestros peques?
Excelente reseña de un juego que para mi es imprescindible.