
Esta semana santa hemos estado visitando a mis padres, y mis peques, rebuscando rebuscando en los armarios, han desempolvado juegos de mesa que yo ya tenía casi olvidados. El primero de ellos es del que os voy a hablar hoy: el comecocos de tablero!
Recuerdo cuando me lo trajeron los reyes, hace ya unos pocos de años, que me maravilló! Aquel tablero duro, los fantasmas, los comecocos, y esas bolitas para comer que hacían que el trabajo de preparar el juego fuese tan o casi tan importante como el desarrollo de la partida… También era la única forma que teníamos de jugar a este tipo de juegos fuera de los recreativos, ya que aún no se habían extendido el uso de los ordenadores personales ni de las videoconsolas.
El caso es que a mis hijos parece que les pasó lo mismo que a mí. En cuanto abrieron el juego comenzaron a mirarlo todo con los ojos como platos y alucinando el contenido que tenía, tan tan bien cuidado como solo yo de peque era capaz de cuidar las cosas que amaba con locura (ya apuntaba yo maneras de que el tema de los juegos de mesa me iba a gustar…).

Tras explicar el reglamento, que viene adecuadamente impreso en la tapa superior de la caja, y que me parece una fabulosa idea, ya que así no se pierde con el paso del tiempo, comenzó la partida. Al comienzo los dos estaban obsesionados con conseguir el mayor número de bolitas amarillas (que son las que te dan la opción de comer fantasmas) posibles de las cuatro que trae el juego. Cuando se dieron cuanta de que esto tampoco era una gran maravilla, pasamos a la fase de el acoso y derribo del resto de los jugadores.
Esto trajo algún que otro problema, ya que a nadie le gusta que se lo coman una y otra vez… pero bueno, cuando aquello se convirtió en una vorágine de comilona, pues ya todos a gusto. Da igual que queden bolas, da igual quién tenga más bolas, todos a comer usando los fantasmas a los otros jugadores!!!
A final, mi peque mayor se dio cuenta de que lo mejor era irse comiendo las bolas y no centrarse tanto en matar al resto de los jugadores… y comenzó a jugar en condiciones, ganando finalmente la partida con más bolas que nadie.

Cerrando el tema: es un juego muy divertido para los más pequeños, que no dudaron en repetir varias partidas más ellos solos. Lo único malo es que las bolas tienden a salir rodando fuera del tablero de juego y hay que estar buscándolas todo el rato. Aunque pensándolo bien, esto no es tan malo, ya que hace que el tiempo de partida dure más rato y los peques también se entretengan más.
¿Vosotros tenéis algún juego de cuando érais pequeños que últimamente hayáis jugado con vuestros peques?¿Os acordáis de alguno que os gustaría repetir?